Quizás el olfato sea el sentido más
evocativo de recuerdos y que tiene la mayor capacidad para
transportarnos fácilmente a situaciones vividas hace muchos años.
Un olor percibido puede provocar recuerdos enterrados en nuestra
memoria durante años y hasta décadas atrás.
Sin embargo, a la hora de tratar de
explicar a otros la sensación olfativa, nos chocamos con una gran
dificultad y no todos conocen o perciben de forma similar el olor en
cuestión.
La única forma que tenemos de describir las sensaciones olfativas es comparándolas con olores que estimamos que las demás personas conocen. Es por eso que al describir un vino nos referimos a el usando términos tales como frutos rojos, frutas tropicales, a veces siendo mas específicos, hablamos, por ejemplo, de cerezas o frambuesas mango y guayaba.
Ahora bien, muchas veces esos descriptores no son compartidos por otras personas, que se frustran al no poder reconocerlos o cuando los perciben de otra forma diferente.
La única forma que tenemos de describir las sensaciones olfativas es comparándolas con olores que estimamos que las demás personas conocen. Es por eso que al describir un vino nos referimos a el usando términos tales como frutos rojos, frutas tropicales, a veces siendo mas específicos, hablamos, por ejemplo, de cerezas o frambuesas mango y guayaba.
Ahora bien, muchas veces esos descriptores no son compartidos por otras personas, que se frustran al no poder reconocerlos o cuando los perciben de otra forma diferente.
Es en ese
punto donde el profesional que está describiendo el vino debe
presentar la suficiente elasticidad como para escuchar y tratar de
comprender los argumentos y descriptores que su público está
manifestando, aunque estos no sean demasiado académicos.
Un olor no debe ser representado por un descriptor en forma absoluta. La historia olfativa de cada individuo es propia e irrepetible. Y hay veces que las personas a las que nos estamos dirigiendo desconocen los olores que utilizamos como descriptores, ya sea porque pertenecen a culturas diferentes donde no se consumen las frutas, flores o hierbas que nosotros usamos como patrón de referencia o sencillamente porque su historia personal y su memoria provoca que las sensaciones olfativas les recuerden mejor otros descriptores que les resultan más propios.
Como una estrategia para evitar la desilusión de las personas que se inician en el mundo del vino, deberíamos explicar pacientemente este punto a los alumnos y no descartar ni negar ninguna sensación que estos puedan llegar a comunicar, sin antes analizar profundamente si los descriptores mencionados, aún en el caso de no ser ortodoxos, puedan ser perfectamente válidos.
A modo de ejemplo, podemos decir que cuando tenemos que describir vinos con ciertas características minerales, es frecuente utilizar el descriptor “óxido de hierro”. Expresado de esta forma, probablemente sea entendido solo por algunas personas. Sin embargo, si ampliamos y usamos además términos tales como cuchillo mojado o sangre, que son también olores parecidos, más personas comprenderán la sensación a la cual nos referimos. Aún más, si todavía persiste la duda se puede recurrir al descriptor “pasamanos de tren o colectivo” que si bien no resulta muy académico, si lo es gráfico. De este modo seguramente una mayor cantidad de personas podrán entender el mensaje.
Es fundamental saber “leer” el público al cual nos dirigimos, para poder improvisar estos descriptores que son mas gráficos y entendibles al ser más cercanos de la vida real de cada uno.
A veces me pregunto ¿cuántas personas, sobre todo en Buenos Aires conocen la forma en que huele el Boj, el sotobosque o las trufas? Quizás, un hábil expositor, que consiga un buen manejo de estas equivalencias aromáticas pueda lograr acercar o fidelizar mucha más gente al mundo del vino.
Ing. Agr. Adrián Rodolfo Vilaplana
Un olor no debe ser representado por un descriptor en forma absoluta. La historia olfativa de cada individuo es propia e irrepetible. Y hay veces que las personas a las que nos estamos dirigiendo desconocen los olores que utilizamos como descriptores, ya sea porque pertenecen a culturas diferentes donde no se consumen las frutas, flores o hierbas que nosotros usamos como patrón de referencia o sencillamente porque su historia personal y su memoria provoca que las sensaciones olfativas les recuerden mejor otros descriptores que les resultan más propios.
Como una estrategia para evitar la desilusión de las personas que se inician en el mundo del vino, deberíamos explicar pacientemente este punto a los alumnos y no descartar ni negar ninguna sensación que estos puedan llegar a comunicar, sin antes analizar profundamente si los descriptores mencionados, aún en el caso de no ser ortodoxos, puedan ser perfectamente válidos.
A modo de ejemplo, podemos decir que cuando tenemos que describir vinos con ciertas características minerales, es frecuente utilizar el descriptor “óxido de hierro”. Expresado de esta forma, probablemente sea entendido solo por algunas personas. Sin embargo, si ampliamos y usamos además términos tales como cuchillo mojado o sangre, que son también olores parecidos, más personas comprenderán la sensación a la cual nos referimos. Aún más, si todavía persiste la duda se puede recurrir al descriptor “pasamanos de tren o colectivo” que si bien no resulta muy académico, si lo es gráfico. De este modo seguramente una mayor cantidad de personas podrán entender el mensaje.
Es fundamental saber “leer” el público al cual nos dirigimos, para poder improvisar estos descriptores que son mas gráficos y entendibles al ser más cercanos de la vida real de cada uno.
A veces me pregunto ¿cuántas personas, sobre todo en Buenos Aires conocen la forma en que huele el Boj, el sotobosque o las trufas? Quizás, un hábil expositor, que consiga un buen manejo de estas equivalencias aromáticas pueda lograr acercar o fidelizar mucha más gente al mundo del vino.
Ing. Agr. Adrián Rodolfo Vilaplana